A comienzos del presente siglo,
cuando el Carnaval de Barranquilla
ya había adquirido fama en la región
y el país, un barranquillero decidió
disfrazarse no con satín y pedrería,
pues su situación económica no se
lo permitía, sino con lo que podía
encontrar a la mano: ropa, fundas y
sacos.
Para lograr su objetivo, se puso un
pantalón y una chaqueta al revés, un
par de medias a manera de guantes e
hizo una careta con saco de harina.
Luego, con las fundas de una vieja
almohada, elaboró anillos que los
rellenó con esponja para simular unos
grandes ojos, una boca y una larga nariz.
Como buen crítico, este nativo no podía
dejar de expresar su rechazo al Gobierno
que no lo favorecía, así que elaboró una
larga corbata para demostrar su antipatia
a aquellos funcionarios que sólo van a
cobrar sueldo sin laborar. Y como último
detalle le elaboró unas orejas inmensas
parecida a las del elefante.
Así nació la marimonda, un disfraz
auténticamente barranquillero, mezcla de
primate y elefante, que representa el
espíritu del hombre nacido en Curramba La
Bella: el que le gusta divertirse sanamente
vacilándose a todos y sacándole punta a
cualquier situación .
Pero la marimonda no tuvo la acogida
esperada, pues en su afán de mofarse de
los demás, en especial de la clase
dirigente -era eminentemente clasista o,
para algunos, un resentido social- hacía
gestos vulgares y sonaba un estrepitoso
pito, llamado pea pea, desagradable al
oído. Precisamente por las reacciones
violentas de los demás, que le jalaban
las orejas y su larga nariz, la marimonda
tuvo que buscar un arma infalible:
una varita del árbol de totumo.
Las peleas no se hacían esperar y varias
marimondas terminaban sus cuatro días de
Carnaval, tras las rejas, no de una jaula,
sino de una celda por faltarle el respeto
a las autoridades, pero sólo con sus
ademanes vulgares, pues no la podían
tildar de usar un vocabulario pecaminoso
porque por encima de todo, mantenía en su
boca el pito con el que se hacía entender.
Ante tan triste final, sólo algunos tenían
la osadía de lucir este disfraz, que a la
minoría irritaba y a la mayoría la divertía
por sus saltos, su forma de ridiculizar
a la gente y su manera de rascarse todo el
cuerpo. En ese entonces, el dicho No es
nada disfrazarse de marimonda sino los
brincos que hay que dar se hizo popular.
Con los años, la vida de la marimonda se
había extinguido casi totalmente y en la
década de los 70, el disfraz sólo era
lucido por unos cuantos atrevidos.
Cesar Morales Mejía, un hombre que
nació hace 47 años en uno de los sectores
más antiguos y que vive al máximo el
Carnaval de Barranquilla, como es el
barrio Abajo, fue una de las personas que
gozó del disfraz en sus primeros años de
juventud.
La nostalgia por el disfraz estaba latente
en su corazón y sólo salió a flote en
diciembre de 1983, cuando luego de una
amanecida y aún bajo los efectos del ron,
se sentó en un bordillo con un grupo de
amigos para hablar del Carnaval, su música
y sus disfraces.
Fue en esa esquina de la tienda El Tío ,
que nació la idea de rescatar este disfraz,
a través de la comparsa Las Marimondas del
Barrio Abajo , una de las más llamativa,
numerosas y organizadas de la Fiesta del
Dios Momo, que este año, cuando cumple sus
primeros 15 años de existencia, estará
integrada por 450 personas.
El Pensionado de la empresa Telecom, Cesar
Morales, conocido como Paragitas ha hecho
de su casa, ubicada en el barrio Modelo,
la sede de las marimondas, gracias a la
alcahuetería de su esposa, Nuris Morales
y sus cuatro hijos, dos de los cuales
todavía sudan la gota gorda organizando
la guachafita, que dura cuatro días.
Describirlo no es difícil ya que desde el
comienzo se muestra tal como es: amable,
pero acelerado; con una barriga que
disminuye por el ajetreo del Carnaval,
pero que sube como espuma después de los
cuatro días de parranda; bullanguero, que
no deja escapar una frase sin una palabra
propia del barranquillero; luchador de su
gremio -preside la Asociación del Grupo
Folclórico del Atlántico-; que vive el
Carnaval durante los 365 días a través de
su danza del que hace de director,
secretario y contador, pero sobre todo,
orgulloso de haber rescatado el disfraz
autóctono por excelencia del Carnaval de
Barranquilla.
Este fue el diálogo que Cesar Morales o
Paragita sostuvo con TIEMPO CARIBE.
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